Qué difícil es emocionar, especialmente porque es prácticamente imposible hallar la fórmula magistral que emocione a todo el mundo de forma homogénea. En publicidad, como en tantas otras disciplinas, no suele valer aquello de “café para todos”. Lo que gusta a unos disgusta en ocasiones a otros, o es indiferente para la mayoría.

Por este motivo, suele suceder que cuando queremos emocionar hasta la lágrima a nuestro público objetivo, el resultado es que otros (que no son nuestro target, se entiende) pueden sentirse incluso ofendidos. De esto sabe mucho Playstation, que desde que en 1994 lanzó en Japón la primera PlayStation, se ha caracterizado por acompañar los lanzamientos de nuevos modelos con campañas absolutamente transgresoras y muy llamativas para los ‘gamers’ pero tachadas incluso de desagradables por muchos otros espectadores.

La campaña ‘Yo sí puedo decir que he vivido’ es una clara muestra de ello: presentó Playstation como la puerta de entrada a un mundo paralelo y consiguió una enorme repercusión entre los jugadores de videojuegos pero fue reprobada por otros sectores. Sin embargo, alcanzó sobradamente su objetivo.

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