El boca-oreja ha evolucionado. De hecho, ha crecido, se ha expandido y ha alcanzado unas dimensiones que hace unos años resultaban inimaginables.

Por ejemplo, cuando unos años atrás pretendíamos seleccionar un restaurante para un viernes por la noche podíamos preguntar a amigos y conocidos si sabían de alguno recomendable, o como máximo, leer alguna crítica gastronómica. Poco más.

Ahora, elegir el mejor restaurante puede convertirse en una labor de ingeniería: no nos basta con el tradicional boca-oreja sino que si lo deseamos podemos acceder a muchísima más información: varios posts de bloggers de la ciudad que nos relatan su experiencia y la ilustran con fotos de los platos dignas de una revista de moda; algunos portales de referencia en que los usuarios puntúan la experiencia, el servicio y la relación calidad/precio del mismo; e incluso una simple búsqueda en redes sociales utilizando el hashtag adecuado nos permite acceder en un solo click a opiniones y experiencias de cualquier persona que ha tenido a bien de hacer pública su vivencia.  Sucede lo mismo con la compra de un aparato tecnológico o la selección de la mejor crema hidratante: prácticamente no existe producto en el mercado que no esté reseñado en internet.

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El mundo online nos ha abierto una ventana de posibilidades que permite que los consumidores interactúen entre ellos a diario sin necesidad de conocerse, ejerciendo su capacidad de influencia y poniendo en evidencia el poder del boca-oreja electrónico.  La comunicación a través de las redes se ha democratizado y ha convertido a todo aquél que lo desee en un influencer que puede hacer llegar al resto del mundo su experiencia (positiva o negativa) con nuestra marca, producto o servicio.  Es más, cuando nuestra experiencia es negativa, amplificamos la resonancia del mensaje y una queja viralizada en la red se convierte en propaganda negativa. Mientras un cliente satisfecho puede hablar elogiosamente de nosotros y recomendarnos a cuatro o cinco personas (con suerte), uno insatisfecho puede llegar a hablar mal de nuestro producto o servicio a una docena de semejantes e incluso a generar un efecto de onda expansiva a partir la crítica.

Sí o sí, van a hablar de nosotros. Pensemos bien qué es lo que queremos que cuenten.

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